Los disfraces de los diablos cojuelos de La Vega en sus primeros tiempos fueron muy sencillos, de acuerdo con las descripciones que se han recibido. El señor Manuel de Jesús Abreu (Maneli), nacido en este pueblo a principios del siglo XX, los describió así: -Los trajes o disfraces eran muy sencillos, constaban de dos piezas, un pantalón unido a un camisón de mangas largas en cuyas extremidades llevaba arandelas, y otra pieza consistente en un cubrecabeza que caía hasta los hombros que se le llamaba galacha-. Y continua, -las arandelas de los extremos siempre iban de un color distinto a la tela de fondo-.

Otra persona muy conocedora del carnaval de ayer, don José Chestaro, nos dijo que los disfraces de entonces se le colocaban algunos cascabeles y salteados espejitos al torso y en la galacha, recordándonos además que estos aditamentos se compraban en “La Casa Azul”.

Era verdaderamente espectacular apreciar el sonido de los cascabeles, armónicos con el trotar o correr de los disfrazados. En otro sentido, los espejitos, al impacto de la luz solar, proyectaban un reflejo en movimiento; de esa forma, luz y sonido producían un sonetico panorama que sólo podía apreciarse en los carnavales de entonces.

Muchos recuerdan que la tela usada era rameada y de colores subidos y la llamaba sarasa; sin embargo, para los primeros años de 1940, la agobiante crisis padecida por el mundo varió los materiales de los disfraces, llegándose a usar los denominados makarios sacos marcados en donde venía la harina de trigo importada. A estos trajes de carnaval solo les eran colocadas las arandelas de colores. Para esa época también se usó como disfraz el papel vejiga adherido a la ropa en desuso.

De igual forma para esos tiempos salían de Villa Rosa con un disfraz confeccionado con hojas de plátano coloreadas y la cara pintada, el popular Ángel María Marte (Bolo), quien, montado en una carretilla y foete en mano, recorría toda la ciudad exhibiendo a todo el pueblo su original creación, la que fue costumbre hasta el momento de su muerte en el año 1959.

A finales de la década de los 1940 cundo resurge el carnaval lustroso y tradicional, llamó mucho la atención el disfraz de “El Murciélago”, que presentara el joven Rubén Álvarez Valencia. De igual manera reaparecieron otros como los que acostumbraban a representar la muerte de presencia permanente en cada año.

Ya para el 1953, el carnaval había crecido en cantidad y belleza, de esos momentos se recuerda con mucha alegría la comparsa de diablos cojuelos conocida como los “Cara de Gato”, la que, en una primera versión conto con quince integrantes, y al siguiente año fueron treinta los auspiciados por la “Casa Bermúdez”.

Otro muy recordado por su impacto, lo constituyo la representación de “Mefistófeles”, disfraz confeccionado en tela de seda rojo purpura y con un rabo corto, careta del mismo color y con rostro humano, con cuernos cortos, el que magistralmente luciera el doctor Fernando Gómez Yangüela, uno de los veganos fervorosos del Carnaval Vegano de ese entonces.

El carnaval de finales de 1950, y los de la década siguiente, fueron de crisis, de recogimiento, porque el pueblo en esa ocasión miraba hacia otros senderos.

Es para principio de la década de 1970, cuando los carnavalescos comienzan a animarse, y la actividad busca su despegue en los elementos existentes al insertársele al pasatiempo innovadoras ideas. Así los disfraces cambiaron la forma, el estilo y hasta los materiales al ser usados, a la vez arranca la positiva competencia de exhibir los mejores disfraces y llevarse el reconocimiento de los aficionados a esta recreación.

En la constante evolución de los últimos 30 años de carnaval y con el surgimiento de los grupos, se han hecho macros esfuerzos para obtener las mas relumbrantes telas, tejidos y sofisticados aditamentos para impactar ante el enorme público que procura los innovadores logros en la diversidad de los trajes del carnaval.

De los tiempos últimos son los vocablos acuñados por los diseñadores, sastres y modistas, cuya jerga se enmarca en las siguientes terminologías: tela de brillo, plumas, lentejuelas, marabú, colcha, pana, soutaches, canutillos y otros similares; con lo que han quedado sepultados para siempre los términos “sarasa”, “makario”, “charmet” y hasta la palabra seda forma parte de las terminologías del museo de la antigüedad.

Tomado del libro «En las rutas del Carnaval Vegano» del lic. Hugo Estrella. 

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